Ubicada a sólo una hora de vuelo desde Bogotá, Cartagena es una ciudad puramente caribeña. Gente morena, muchas frutas y una humedad que sólo se encuentra en estas latitudes son la típica postal de esta ciudad, pero Cartagena tiene mucho más que ofrecer. Primero, gran parte de esta urbe está rodeada por grandes muros que la protegieron de piratasy otros conquistadores desde el siglo XVI y todas las casas que esán en el interior de la ciudad no sólo quedaron protegidas de esos ataques, sino también del paso del tiempo, por lo cual hoy caminar por sus estrechas calles es un agrado.
Dos de los lugares más atractivos son la Plaza de Bolívar, donde está ubicado un restaurante llamado La Creperie, que fue mi centro de operaciones cada noche, y la Plaza de Santo Domingo, donde hay muchos cafés frente a este convento.
Fuera de las murallas la vista cambia. Una ciudad caótica y también sucia, donde incluso vi la primera rata urbana de mi vida. Quizás vivo en una ciudad muy limpia o tengo mucha suerte, pero jamás había visto una rata tan grande en la calle.
Las playas de Cartagena no son el paraíso como uno se lo imagina, pero están mejor que el frío mar chileno. Lo malo es que uno no puede descansar bien porque siempre hay un vendedor o una masajista tratando de sacarte dinero. Mejor hacerse el dormido.